Al águila real casi la echaron a empujones de los montes de Galicia. Su hábitat durante siglos se ha convertido en “un Far West del medio ambiente donde las grandes constructoras y eléctricas hacen lo que quieren”. Así lo cree el abogado Eduardo Gil, que trabaja en la conservación de la biodiversidad con la ONG Grefa. Juntos acaban de presentar los resultados del programa de reintroducción del águila real. Lentamente, esta gran rapaz se está haciendo hueco de nuevo en montañas de Lugo y Ourense gracias a un plan que une a ecologistas, Xunta y empresas como Red Eléctrica Española, que colabora adecuando sus trazados eléctricos, uno de los grandes peligros.
Las cifras no son espectaculares pero sí positivas. De cuatro ejemplares contabilizados en los ochenta en O Courel, se ha pasado a una docena en toda la comunidad. Y es que a pesar del seguimiento por satélite, resulta complicado ubicarlas debido a su amplio espacio de vida, de entre 70 y 100 kilómetros cuadrados. De hecho, uno de los últimos ejemplares liberados se saltó todo límite esperado y acabó en el Algarve portugués. Ahora está volviendo a Galicia. El plan se ha rodeado de éxito gracias a la buena fama. “Todo el mundo las tiene por un bicho noble”, asegura Alberto Gil, responsable del proyecto. Recuerda que en otros casos, grupos de presión como la minería crearon falsas polémicas por la reintroducción del oso pardo. Sin embargo, con el águila real se implican hasta los vecinos: “Un grupo de cazadores llegó a darnos el pésame tras la muerte accidental de un ejemplar”.
Rozó la desaparición total a causa del aislamiento geográfico de Galicia, la interacción con líneas eléctricas o las perturbaciones humanas derivadas de la dispersión poblacional. Los aerogeneradores con los que las eléctricas salpican montes aislados —espacios muy proclives para la nidificación— son ahora un nuevo peligro. El plan de recuperación se ha centrado en el parque natural del Xurés-Gerês porque todavía presenta un grado de aislamiento ideal para la cría. En otras zonas, la injerencia humana sigue siendo un obstáculo. Gil denuncia que una pareja afincada en la Serra da Enciña da Lastra abandona la cría de forma reiterada a causa de los programas de escalada organizados en este parque a pesar de estar prohibidos. También recuerda excursiones de guardas forestales y sus familias a solo 100 metros del nido. “Nosotros realizamos las observaciones con telescopio y a un kilómetro porque a pesar de su aspecto majestuoso, son muy delicadas durante la cría”, explica.
El presidente de Grefa, Ernesto Álvarez, pide una legislación ambiental que fije límites: “Debemos simplificar las leyes, porque hay demasiadas y confusas”. Otras ni se cumplen. La normativa exige planes de recuperación y conservación para las especies en peligro, pero solo el 15% cuenta con ellos. En las dos últimas décadas se identificaron cuatro mamíferos en severo peligro en todo el Estado. Dos (el bucardo y la foca monje) se han extinguido sin programa de recuperación alguno.
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